EPILOGO ANTES QUE PITAZO…

181013-447-488  Está por sonar el último pitazo. Y como van las cosas cualquiera puede ser campeón. Este ha sido el Mundial de las grandes sorpresas. El Mundial en el que han brillado los porteros y han palidecido los árbitros. La fiesta de los goles y del estremecimiento. Muchos héroes han caído heridos o muertos, han sido satanizados y abandonados en un campo de batalla estéril donde prima la desmemoria, el desagradecimiento.

En cuanto uno de los competidores gana, lo primero que hace la prensa, la mala prensa, la mediocre, es preguntar por la próxima hazaña sin antes felicitar o congratularse. Hay hinchazón de elogios huecos, pero como todo elogio hueco, dura poco. A la gente cada día le cuesta más elogiar el mérito ajeno.

Muchos de los vencidos en este Mundial, pasando por España, Italia, Inglaterra, han ganado combates inolvidables que al parecer no bastan. No, en este mundo estúpido, deshonesto, perezoso y desagradecido. Donde nunca nada es suficiente, ni siquiera lo que acaba de acontecer, que se ve ya como “pasado”. La maldita pregunta “¿Para cuándo la próxima?” delata a una sociedad insaciable, descontenta consigo misma y mezquina con casi todos. Si cada uno hiciera lo suyo con honradez y competencia –lo suyo modesto y anónimo–, probablemente no habría tanto desprecio ni tanta ansia de revancha contra los que destacan. Parece que aquí nada brindara más placer que ver a los mejores “darse el batacazo”, desprestigiados y caídos. Esos son los días que se viven. Duele escribirlo.

La muerte de Alfredo Di Stéfano ayer me hace reparar en estas mezquindades. Di Stéfano, alma, corazón y biblia del Real Madrid y del fútbol mundial partió a los 88, hacía solo 48 años que no jugaba. Se mantuvo en los terrenos hasta los 40, edad en la que una de sus hijas le disparó al centro de su porteria : “Papá, calvo y con pantalones cortos, no quedas bien”. Sabía de memoria su verdad eterna: “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”.

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