OSVALDO AGUILERA GONZALEZ, LA PRIMERA VOZ…
EL TOQUE DE LA VOZ….
Hoy es el Día de los Locutores, una especialidad llena de anécdotas y de sin razones, que nacen de esa relación estrecha con la voz y los micrófonos. Hace unos 30 años, cuando no me sabía dueño de las facultades que te definen como gente que vive de y para la voz, me centraba en los mejores ejercicios de dicción que jamás hizo nadie. Escogía yo cada tarde los mejores destornilladores del pañol de mí padre, seleccionados por sus tamaños y colores, y los colocaba en su tablón de martillar, encajados por sus propios filos. De manera que quedaban dispuestos con el estilo de una tribuna, a la usanza de las utilizadas por los líderes de la Revolución Cubana en sus discursos kilométricos. Ante estos destornilladores y subido en un banco pronunciaba yo mis propias parrafadas, que pasaban entre la improvisación y la lectura de las versiones taquigráficas que salían cada semana en el diario Granma. Nunca me paré por falta de discursos, siempre teníamos efemérides joyantes y sentidas. El jardín de nuestros héroes era y es inmenso. Sin proponérmelo practique durante años los mejores ejercicios de dicción de mí vida, los que en gran medida son hoy responsables de mi manía de dibujar las palabras en el aire.
Años más tarde, en medio de las peripecias del período especial de la isla, ese eufemismo adolorido y extenso, tomé clases de locución bajo la batuta de un gran maestro. En sus orígenes, mí mentor había pasado por mis experiencias de un modo distinto. Es natural de un revoltoso municipio que ha legado notables nombres a la cubanidad. Mí maestro es banense, uno de los orgullos de esta ciudad del Atlántico Norte. Antes de estar en el oficio (porque la locución es un oficio) el niño González escuchaba todas las emisoras que estaban a su alcance, hasta que se colocó en la difusora local de su pueblo, comenzó a presentar actos públicos, incursionó en el teatro y hasta pensó si su voz de timbre único ubicada en el registro de bajo-barítono, o como quieran verle, podría ser usada para el canto. Corrían los años en los que en Holguín todos querían ser cantantes líricos, inoculados por la fiebre divina de Raúl Camayd y su compañía de zarzuerlas y teatro musical. Mi maestro no es otro, que Osvaldo Silvio Aguilera González, una de las personas más nobles que ojos humanos hayan visto.
Mis clases fueron muy particulares, No porque abonara yo tarifas por curso alguno, como se estila ahora en los talleres de los que salen cientos de graduados y ningún locutor después de pagar la matrícula y cada mes de asistencia. Mis clases fueron muy particulares porque se extendieron por más de dos años. Era como un tipo de licenciatura en la que debías aprender anatomía, fisiología e higiene del hombre, porque un buen locutor debe dominar al máximo los órganos de la fonación y las partes del cuerpo humano que intervienen en la emisión del sonido. Se precisaba en aquellas sesiones saber de tonemas, ritmos, estilos, lingüística, cultura general, geografía, definir los estilos y escuchar a los grandes en medio de una sed de monitoreo inmenso. Escuchábamos con pilas casi todas las emisoras. Las clases transcurrían en el portal de Mariana de la Torre 92 altos. Casi siempre con la complicidad de las estrellas e inmersos en un exquisito apagón que nos hacía compañía. Por entonces soñábamos con una máquina de escribir, una grabadora de cintas y algún micrófono de mediana calidad adjunto a una consola pequeña. Los sueños hoy por inalcanzables han ido variando. Mi maestro nunca dispuso de este equipamiento elemental para hacer lo suyo. Nunca hubo sensibilidad ni posibilidad para ayudarlo. Los máximos interesados nunca han estado interesados en este tipo de carencias primarias de este tipo de profesionales.
Más que un curso fue siempre un intercambio. Desembarcaba yo con mis reflexiones de mis últimas lecturas, las cuales eran asumidas como un ejercicio de improvisación. Sólo lecturas. Vencidos por las necesidades, en casa dejamos de tener Televisión en Colores, hubo que ceder el último trofeo obtenido por mí padre el Vanguardia. Gestamos juntos un segmento de comentarios y críticas que llegó a ser muy escuchado en el oriente de Cuba. Todavía hoy me sale gente en el Facebook pidiéndome amistad que me revelan que eran oyentes de estos comentarios que estuvieron al aire casi una década contra viento y marea. Cada lunes estábamos en los tribunales de la mediocridad. Las columnas se presentaban en vivo los domingos con una inmediatez impresionante y una valentía sedimentada en algo que me enseñó Manuel Angulo Farrán sin proponérselo: ¨La elocuencia tiene que estar comprometida con la verdad¨ , esta ha sido siempre mi interpretación de su : ¨Diciendo con valor lo que otros callan por temor¨.
En medio de estas epopeyas por la razón, mí abuela Angelina ya en sus nueve décadas alcanzó protagonismo en la definición de mí crédito. Me encerró en el cuarto y me preguntó con tono acusador: ¿Y qué pasa, te da pena ser Grass?. No me dio tiempo para responderle, subrayó de inmediato la idea que quería imponerme: ¨ Digo, yo, porque Jorge Luis Sánchez es cualquiera, pero Sánchez Grass, eres sólo tú¨. Y esa misma tarde fue sepultado Jorge Luis para siempre.
En ese curso eterno, el maestro Aguilera González me hizo ver que tenía yo en mí contra varios elementos de los cuales llegamos a resumir dos como enemigos vitales: prevalecía y prevalece aún como aspecto esencial para los locutores por sobre todas las cosas tener una excelente voz sin importar tanto otros elementos que se obtienen con el paso del tiempo, a decir de los enchochecidos tribunales. Y en segundo lugar, ser locutor es también ponerle voz a lo que te ponen en frente, lo cual es difícil cuando tienes la posibilidad de generar con punto de vista propio el contenido que te imponen como lectura frente al micrófono.
Y como siempre, el maestro tenía la razón. Nunca entendí ni entenderé de qué puede servirle a una emisora una persona con voz de locutor y cerebro de mosquito, incapaz de generar temas y por ende imposibilitado de comunicar en el sentido más amplio de la palabra. De esta manera, la vida me obligó a dominar otras especialidades a las que dediqué casi todo mi tiempo, específicamente la escritura y la dirección, razones que siempre han podido más que yo mismo por circunstancias temperamentales que no se pueden excluir porque andan con uno.
Así desde las armas de la locución me convertí básicamente en un director que conduce y no en un conductor al que dirigen, lo cual me ha dado la oportunidad de estar desde los dos lados compartiendo con profesionales de primer nivel desde la sintonía y la realización.
De aquellas noches de apagón aprendí que lo mejor era amanecer con Radio Reloj y el Matutino leído por Pedro Luis Fernández Vila, Luis Alarcón Santana, Isabel Fernández o Argelia Pera, dándole su chance aunque sea un instante a Roberto Canela la Voz de la Noticia, como para por arte de magia refugiarnos en la suavidad y frescura de Martha Verónica Marcell en las mañanas de Progreso siguiendo el rumbo hasta que un tal René Batet nos enseñaba como se narra una novela de amor. El mediodía devolvía cada jornada a Franco Carbón que primero hacía SUPER JOVEN y horas más tarde ASI el sonido cultural de Rebelde, todo ello pasando por los noticiarios en la voz de César Arredondo, los tonos feriados de Eduardo Rosillo en ALEGRIAS DE SOBREMESA, la voz de NOCTURNO y el encaje de López Gómez en la presentación de ritmos.
En lo local también construí mi mapa. La CMKO ha tenido durante años un lujo que es hoy su propio descalabro. Grandes voces de la locución en plenitud de facultades que han alcanzado la longevidad y el retiro sin dejar relevo que medianamente se les parezca. Por eso durante décadas habrá que recordar la personalidad y el estilo de Enma García, la sobriedad de Néstor Salazar, el insuperable modo de animar de González Valero, la manera de narrar de Rafael Peña Santana, la versatilidad de Joaquín Mulén Ojeda, la frescura para colarse en el hogar de Alicia González Diéguez y la eterna manera de presentar la planta de Osvaldo Aguilera González. Otros nombres engrosarán la lista pero aún no tienen páginas en la historia.
Qué decirles a quienes ejercen o se inclinan por este oficio tan hermoso? Decirles que coman hojas de salvia por sobre todas las cosas, que aprendan a dominar su tono central si quieren hacer una carrera larga, que se preocupen por sonar en lo personal igual que en la bocina, que si van a fumar que sea tabaco, que sepan que por siempre serán mal remunerados, que siempre digan la verdad por encima de todo porque hay mucha gente creyéndoles lo que dicen y que traten de ser artistas y no locutores, porque al final cuando el micrófono se esté cerrando, sólo quedan los artistas, los artistas.Hoy es el Día de los Locutores, una especialidad llena de anécdotas y de sin razones, que nacen de esa relación estrecha con la voz y los micrófonos. Hace unos 30 años, cuando no me sabía dueño de las facultades que te definen como gente que vive de y para la voz, me centraba en los mejores ejercicios de dicción que jamás hizo nadie. Escogía yo cada tarde los mejores destornilladores del pañol de mí padre, seleccionados por sus tamaños y colores, y los colocaba en su tablón de martillar, encajados por sus propios filos. De manera que quedaban dispuestos con el estilo de una tribuna, a la usanza de las utilizadas por los líderes de la Revolución Cubana en sus discursos kilométricos. Ante estos destornilladores y subido en un banco pronunciaba yo mis propias parrafadas, que pasaban entre la improvisación y la lectura de las versiones taquigráficas que salían cada semana en el diario Granma. Nunca me paré por falta de discursos, siempre teníamos efemérides joyantes y sentidas. El jardín de nuestros héroes era y es inmenso. Sin proponérmelo practique durante años los mejores ejercicios de dicción de mí vida, los que en gran medida son hoy responsables de mi manía de dibujar las palabras en el aire.
Años más tarde, en medio de las peripecias del período especial de la isla, ese eufemismo adolorido y extenso, tomé clases de locución bajo la batuta de un gran maestro. En sus orígenes, mí mentor había pasado por mis experiencias de un modo distinto. Es natural de un revoltoso municipio que ha legado notables nombres a la cubanidad. Mí maestro es banense, uno de los orgullos de esta ciudad del Atlántico Norte. Antes de estar en el oficio (porque la locución es un oficio) el niño González escuchaba todas las emisoras que estaban a su alcance, hasta que se colocó en la difusora local de su pueblo, comenzó a presentar actos públicos, incursionó en el teatro y hasta pensó si su voz de timbre único ubicada en el registro de bajo-barítono, o como quieran verle, podría ser usada para el canto. Corrían los años en los que en Holguín todos querían ser cantantes líricos, inoculados por la fiebre divina de Raúl Camayd y su compañía de zarzuerlas y teatro musical. Mi maestro no es otro, que Osvaldo Silvio Aguilera González, una de las personas más nobles que ojos humanos hayan visto.
Mis clases fueron muy particulares, No porque abonara yo tarifas por curso alguno, como se estila ahora en los talleres de los que salen cientos de graduados y ningún locutor después de pagar la matrícula y cada mes de asistencia. Mis clases fueron muy particulares porque se extendieron por más de dos años. Era como un tipo de licenciatura en la que debías aprender anatomía, fisiología e higiene del hombre, porque un buen locutor debe dominar al máximo los órganos de la fonación y las partes del cuerpo humano que intervienen en la emisión del sonido. Se precisaba en aquellas sesiones saber de tonemas, ritmos, estilos, lingüística, cultura general, geografía, definir los estilos y escuchar a los grandes en medio de una sed de monitoreo inmenso. Escuchábamos con pilas casi todas las emisoras. Las clases transcurrían en el portal de Mariana de la Torre 92 altos. Casi siempre con la complicidad de las estrellas e inmersos en un exquisito apagón que nos hacía compañía. Por entonces soñábamos con una máquina de escribir, una grabadora de cintas y algún micrófono de mediana calidad adjunto a una consola pequeña. Los sueños hoy por inalcanzables han ido variando. Mi maestro nunca dispuso de este equipamiento elemental para hacer lo suyo. Nunca hubo sensibilidad ni posibilidad para ayudarlo. Los máximos interesados nunca han estado interesados en este tipo de carencias primarias de este tipo de profesionales.
Más que un curso fue siempre un intercambio. Desembarcaba yo con mis reflexiones de mis últimas lecturas, las cuales eran asumidas como un ejercicio de improvisación. Sólo lecturas. Vencidos por las necesidades, en casa dejamos de tener Televisión en Colores, hubo que ceder el último trofeo obtenido por mí padre el Vanguardia. Gestamos juntos un segmento de comentarios y críticas que llegó a ser muy escuchado en el oriente de Cuba. Todavía hoy me sale gente en el Facebook pidiéndome amistad que me revelan que eran oyentes de estos comentarios que estuvieron al aire casi una década contra viento y marea. Cada lunes estábamos en los tribunales de la mediocridad. Las columnas se presentaban en vivo los domingos con una inmediatez impresionante y una valentía sedimentada en algo que me enseñó Manuel Angulo Farrán sin proponérselo: ¨La elocuencia tiene que estar comprometida con la verdad¨ , esta ha sido siempre mi interpretación de su : ¨Diciendo con valor lo que otros callan por temor¨.
En medio de estas epopeyas por la razón, mí abuela Angelina ya en sus nueve décadas alcanzó protagonismo en la definición de mí crédito. Me encerró en el cuarto y me preguntó con tono acusador: ¿Y qué pasa, te da pena ser Grass?. No me dio tiempo para responderle, subrayó de inmediato la idea que quería imponerme: ¨ Digo, yo, porque Jorge Luis Sánchez es cualquiera, pero Sánchez Grass, eres sólo tú¨. Y esa misma tarde fue sepultado Jorge Luis para siempre.
En ese curso eterno, el maestro Aguilera González me hizo ver que tenía yo en mí contra varios elementos de los cuales llegamos a resumir dos como enemigos vitales: prevalecía y prevalece aún como aspecto esencial para los locutores por sobre todas las cosas tener una excelente voz sin importar tanto otros elementos que se obtienen con el paso del tiempo, a decir de los enchochecidos tribunales. Y en segundo lugar, ser locutor es también ponerle voz a lo que te ponen en frente, lo cual es difícil cuando tienes la posibilidad de generar con punto de vista propio el contenido que te imponen como lectura frente al micrófono.
Y como siempre, el maestro tenía la razón. Nunca entendí ni entenderé de qué puede servirle a una emisora una persona con voz de locutor y cerebro de mosquito, incapaz de generar temas y por ende imposibilitado de comunicar en el sentido más amplio de la palabra. De esta manera, la vida me obligó a dominar otras especialidades a las que dediqué casi todo mi tiempo, específicamente la escritura y la dirección, razones que siempre han podido más que yo mismo por circunstancias temperamentales que no se pueden excluir porque andan con uno.
Así desde las armas de la locución me convertí básicamente en un director que conduce y no en un conductor al que dirigen, lo cual me ha dado la oportunidad de estar desde los dos lados compartiendo con profesionales de primer nivel desde la sintonía y la realización.
De aquellas noches de apagón aprendí que lo mejor era amanecer con Radio Reloj y el Matutino leído por Pedro Luis Fernández Vila, Luis Alarcón Santana, Isabel Fernández o Argelia Pera, dándole su chance aunque sea un instante a Roberto Canela la Voz de la Noticia, como para por arte de magia refugiarnos en la suavidad y frescura de Martha Verónica Marcell en las mañanas de Progreso siguiendo el rumbo hasta que un tal René Batet nos enseñaba como se narra una novela de amor. El mediodía devolvía cada jornada a Franco Carbón que primero hacía SUPER JOVEN y horas más tarde ASI el sonido cultural de Rebelde, todo ello pasando por los noticiarios en la voz de César Arredondo, los tonos feriados de Eduardo Rosillo en ALEGRIAS DE SOBREMESA, la voz de NOCTURNO y el encaje de López Gómez en la presentación de ritmos.
En lo local también construí mi mapa. La CMKO ha tenido durante años un lujo que es hoy su propio descalabro. Grandes voces de la locución en plenitud de facultades que han alcanzado la longevidad y el retiro sin dejar relevo que medianamente se les parezca. Por eso durante décadas habrá que recordar la personalidad y el estilo de Enma García, la sobriedad de Néstor Salazar, el insuperable modo de animar de González Valero, la manera de narrar de Rafael Peña Santana, la versatilidad de Joaquín Mulén Ojeda, la frescura para colarse en el hogar de Alicia González Diéguez y la eterna manera de presentar la planta de Osvaldo Aguilera González. Otros nombres engrosarán la lista pero aún no tienen páginas en la historia.
Qué decirles a quienes ejercen o se inclinan por este oficio tan hermoso? Decirles que coman hojas de salvia por sobre todas las cosas, que aprendan a dominar su tono central si quieren hacer una carrera larga, que se preocupen por sonar en lo personal igual que en la bocina, que si van a fumar que sea tabaco, que sepan que por siempre serán mal remunerados, que siempre digan la verdad por encima de todo porque hay mucha gente creyéndoles lo que dicen y que traten de ser artistas y no locutores, porque al final cuando el micrófono se esté cerrando, sólo quedan los artistas, los artistas.Hoy es el Día de los Locutores, una especialidad llena de anécdotas y de sin razones, que nacen de esa relación estrecha con la voz y los micrófonos. Hace unos 30 años, cuando no me sabía dueño de las facultades que te definen como gente que vive de y para la voz, me centraba en los mejores ejercicios de dicción que jamás hizo nadie. Escogía yo cada tarde los mejores destornilladores del pañol de mí padre, seleccionados por sus tamaños y colores, y los colocaba en su tablón de martillar, encajados por sus propios filos. De manera que quedaban dispuestos con el estilo de una tribuna, a la usanza de las utilizadas por los líderes de la Revolución Cubana en sus discursos kilométricos. Ante estos destornilladores y subido en un banco pronunciaba yo mis propias parrafadas, que pasaban entre la improvisación y la lectura de las versiones taquigráficas que salían cada semana en el diario Granma. Nunca me paré por falta de discursos, siempre teníamos efemérides joyantes y sentidas. El jardín de nuestros héroes era y es inmenso. Sin proponérmelo practique durante años los mejores ejercicios de dicción de mí vida, los que en gran medida son hoy responsables de mi manía de dibujar las palabras en el aire.
Años más tarde, en medio de las peripecias del período especial de la isla, ese eufemismo adolorido y extenso, tomé clases de locución bajo la batuta de un gran maestro. En sus orígenes, mí mentor había pasado por mis experiencias de un modo distinto. Es natural de un revoltoso municipio que ha legado notables nombres a la cubanidad. Mí maestro es banense, uno de los orgullos de esta ciudad del Atlántico Norte. Antes de estar en el oficio (porque la locución es un oficio) el niño González escuchaba todas las emisoras que estaban a su alcance, hasta que se colocó en la difusora local de su pueblo, comenzó a presentar actos públicos, incursionó en el teatro y hasta pensó si su voz de timbre único ubicada en el registro de bajo-barítono, o como quieran verle, podría ser usada para el canto. Corrían los años en los que en Holguín todos querían ser cantantes líricos, inoculados por la fiebre divina de Raúl Camayd y su compañía de zarzuerlas y teatro musical. Mi maestro no es otro, que Osvaldo Silvio Aguilera González, una de las personas más nobles que ojos humanos hayan visto.
Mis clases fueron muy particulares, No porque abonara yo tarifas por curso alguno, como se estila ahora en los talleres de los que salen cientos de graduados y ningún locutor después de pagar la matrícula y cada mes de asistencia. Mis clases fueron muy particulares porque se extendieron por más de dos años. Era como un tipo de licenciatura en la que debías aprender anatomía, fisiología e higiene del hombre, porque un buen locutor debe dominar al máximo los órganos de la fonación y las partes del cuerpo humano que intervienen en la emisión del sonido. Se precisaba en aquellas sesiones saber de tonemas, ritmos, estilos, lingüística, cultura general, geografía, definir los estilos y escuchar a los grandes en medio de una sed de monitoreo inmenso. Escuchábamos con pilas casi todas las emisoras. Las clases transcurrían en el portal de Mariana de la Torre 92 altos. Casi siempre con la complicidad de las estrellas e inmersos en un exquisito apagón que nos hacía compañía. Por entonces soñábamos con una máquina de escribir, una grabadora de cintas y algún micrófono de mediana calidad adjunto a una consola pequeña. Los sueños hoy por inalcanzables han ido variando. Mi maestro nunca dispuso de este equipamiento elemental para hacer lo suyo. Nunca hubo sensibilidad ni posibilidad para ayudarlo. Los máximos interesados nunca han estado interesados en este tipo de carencias primarias de este tipo de profesionales.
Más que un curso fue siempre un intercambio. Desembarcaba yo con mis reflexiones de mis últimas lecturas, las cuales eran asumidas como un ejercicio de improvisación. Sólo lecturas. Vencidos por las necesidades, en casa dejamos de tener Televisión en Colores, hubo que ceder el último trofeo obtenido por mí padre el Vanguardia. Gestamos juntos un segmento de comentarios y críticas que llegó a ser muy escuchado en el oriente de Cuba. Todavía hoy me sale gente en el Facebook pidiéndome amistad que me revelan que eran oyentes de estos comentarios que estuvieron al aire casi una década contra viento y marea. Cada lunes estábamos en los tribunales de la mediocridad. Las columnas se presentaban en vivo los domingos con una inmediatez impresionante y una valentía sedimentada en algo que me enseñó Manuel Angulo Farrán sin proponérselo: ¨La elocuencia tiene que estar comprometida con la verdad¨ , esta ha sido siempre mi interpretación de su : ¨Diciendo con valor lo que otros callan por temor¨.
En medio de estas epopeyas por la razón, mí abuela Angelina ya en sus nueve décadas alcanzó protagonismo en la definición de mí crédito. Me encerró en el cuarto y me preguntó con tono acusador: ¿Y qué pasa, te da pena ser Grass?. No me dio tiempo para responderle, subrayó de inmediato la idea que quería imponerme: ¨ Digo, yo, porque Jorge Luis Sánchez es cualquiera, pero Sánchez Grass, eres sólo tú¨. Y esa misma tarde fue sepultado Jorge Luis para siempre.
En ese curso eterno, el maestro Aguilera González me hizo ver que tenía yo en mí contra varios elementos de los cuales llegamos a resumir dos como enemigos vitales: prevalecía y prevalece aún como aspecto esencial para los locutores por sobre todas las cosas tener una excelente voz sin importar tanto otros elementos que se obtienen con el paso del tiempo, a decir de los enchochecidos tribunales. Y en segundo lugar, ser locutor es también ponerle voz a lo que te ponen en frente, lo cual es difícil cuando tienes la posibilidad de generar con punto de vista propio el contenido que te imponen como lectura frente al micrófono.
Y como siempre, el maestro tenía la razón. Nunca entendí ni entenderé de qué puede servirle a una emisora una persona con voz de locutor y cerebro de mosquito, incapaz de generar temas y por ende imposibilitado de comunicar en el sentido más amplio de la palabra. De esta manera, la vida me obligó a dominar otras especialidades a las que dediqué casi todo mi tiempo, específicamente la escritura y la dirección, razones que siempre han podido más que yo mismo por circunstancias temperamentales que no se pueden excluir porque andan con uno.
Así desde las armas de la locución me convertí básicamente en un director que conduce y no en un conductor al que dirigen, lo cual me ha dado la oportunidad de estar desde los dos lados compartiendo con profesionales de primer nivel desde la sintonía y la realización.
De aquellas noches de apagón aprendí que lo mejor era amanecer con Radio Reloj y el Matutino leído por Pedro Luis Fernández Vila, Luis Alarcón Santana, Isabel Fernández o Argelia Pera, dándole su chance aunque sea un instante a Roberto Canela la Voz de la Noticia, como para por arte de magia refugiarnos en la suavidad y frescura de Martha Verónica Marcell en las mañanas de Progreso siguiendo el rumbo hasta que un tal René Batet nos enseñaba como se narra una novela de amor. El mediodía devolvía cada jornada a Franco Carbón que primero hacía SUPER JOVEN y horas más tarde ASI el sonido cultural de Rebelde, todo ello pasando por los noticiarios en la voz de César Arredondo, los tonos feriados de Eduardo Rosillo en ALEGRIAS DE SOBREMESA, la voz de NOCTURNO y el encaje de López Gómez en la presentación de ritmos.
En lo local también construí mi mapa. La CMKO ha tenido durante años un lujo que es hoy su propio descalabro. Grandes voces de la locución en plenitud de facultades que han alcanzado la longevidad y el retiro sin dejar relevo que medianamente se les parezca. Por eso durante décadas habrá que recordar la personalidad y el estilo de Enma García, la sobriedad de Néstor Salazar, el insuperable modo de animar de González Valero, la manera de narrar de Rafael Peña Santana, la versatilidad de Joaquín Mulén Ojeda, la frescura para colarse en el hogar de Alicia González Diéguez y la eterna manera de presentar la planta de Osvaldo Aguilera González. Otros nombres engrosarán la lista pero aún no tienen páginas en la historia.
Qué decirles a quienes ejercen o se inclinan por este oficio tan hermoso? Decirles que coman hojas de salvia por sobre todas las cosas, que aprendan a dominar su tono central si quieren hacer una carrera larga, que se preocupen por sonar en lo personal igual que en la bocina, que si van a fumar que sea tabaco, que sepan que por siempre serán mal remunerados, que siempre digan la verdad por encima de todo porque hay mucha gente creyéndoles lo que dicen y que traten de ser artistas y no locutores, porque al final cuando el micrófono se esté cerrando, sólo quedan los artistas, los artistas.Hoy es el Día de los Locutores, una especialidad llena de anécdotas y de sin razones, que nacen de esa relación estrecha con la voz y los micrófonos. Hace unos 30 años, cuando no me sabía dueño de las facultades que te definen como gente que vive de y para la voz, me centraba en los mejores ejercicios de dicción que jamás hizo nadie. Escogía yo cada tarde los mejores destornilladores del pañol de mí padre, seleccionados por sus tamaños y colores, y los colocaba en su tablón de martillar, encajados por sus propios filos. De manera que quedaban dispuestos con el estilo de una tribuna, a la usanza de las utilizadas por los líderes de la Revolución Cubana en sus discursos kilométricos. Ante estos destornilladores y subido en un banco pronunciaba yo mis propias parrafadas, que pasaban entre la improvisación y la lectura de las versiones taquigráficas que salían cada semana en el diario Granma. Nunca me paré por falta de discursos, siempre teníamos efemérides joyantes y sentidas. El jardín de nuestros héroes era y es inmenso. Sin proponérmelo practique durante años los mejores ejercicios de dicción de mí vida, los que en gran medida son hoy responsables de mi manía de dibujar las palabras en el aire.
Años más tarde, en medio de las peripecias del período especial de la isla, ese eufemismo adolorido y extenso, tomé clases de locución bajo la batuta de un gran maestro. En sus orígenes, mí mentor había pasado por mis experiencias de un modo distinto. Es natural de un revoltoso municipio que ha legado notables nombres a la cubanidad. Mí maestro es banense, uno de los orgullos de esta ciudad del Atlántico Norte. Antes de estar en el oficio (porque la locución es un oficio) el niño González escuchaba todas las emisoras que estaban a su alcance, hasta que se colocó en la difusora local de su pueblo, comenzó a presentar actos públicos, incursionó en el teatro y hasta pensó si su voz de timbre único ubicada en el registro de bajo-barítono, o como quieran verle, podría ser usada para el canto. Corrían los años en los que en Holguín todos querían ser cantantes líricos, inoculados por la fiebre divina de Raúl Camayd y su compañía de zarzuerlas y teatro musical. Mi maestro no es otro, que Osvaldo Silvio Aguilera González, una de las personas más nobles que ojos humanos hayan visto.
Mis clases fueron muy particulares, No porque abonara yo tarifas por curso alguno, como se estila ahora en los talleres de los que salen cientos de graduados y ningún locutor después de pagar la matrícula y cada mes de asistencia. Mis clases fueron muy particulares porque se extendieron por más de dos años. Era como un tipo de licenciatura en la que debías aprender anatomía, fisiología e higiene del hombre, porque un buen locutor debe dominar al máximo los órganos de la fonación y las partes del cuerpo humano que intervienen en la emisión del sonido. Se precisaba en aquellas sesiones saber de tonemas, ritmos, estilos, lingüística, cultura general, geografía, definir los estilos y escuchar a los grandes en medio de una sed de monitoreo inmenso. Escuchábamos con pilas casi todas las emisoras. Las clases transcurrían en el portal de Mariana de la Torre 92 altos. Casi siempre con la complicidad de las estrellas e inmersos en un exquisito apagón que nos hacía compañía. Por entonces soñábamos con una máquina de escribir, una grabadora de cintas y algún micrófono de mediana calidad adjunto a una consola pequeña. Los sueños hoy por inalcanzables han ido variando. Mi maestro nunca dispuso de este equipamiento elemental para hacer lo suyo. Nunca hubo sensibilidad ni posibilidad para ayudarlo. Los máximos interesados nunca han estado interesados en este tipo de carencias primarias de este tipo de profesionales.
Más que un curso fue siempre un intercambio. Desembarcaba yo con mis reflexiones de mis últimas lecturas, las cuales eran asumidas como un ejercicio de improvisación. Sólo lecturas. Vencidos por las necesidades, en casa dejamos de tener Televisión en Colores, hubo que ceder el último trofeo obtenido por mí padre el Vanguardia. Gestamos juntos un segmento de comentarios y críticas que llegó a ser muy escuchado en el oriente de Cuba. Todavía hoy me sale gente en el Facebook pidiéndome amistad que me revelan que eran oyentes de estos comentarios que estuvieron al aire casi una década contra viento y marea. Cada lunes estábamos en los tribunales de la mediocridad. Las columnas se presentaban en vivo los domingos con una inmediatez impresionante y una valentía sedimentada en algo que me enseñó Manuel Angulo Farrán sin proponérselo: ¨La elocuencia tiene que estar comprometida con la verdad¨ , esta ha sido siempre mi interpretación de su : ¨Diciendo con valor lo que otros callan por temor¨.
En medio de estas epopeyas por la razón, mí abuela Angelina ya en sus nueve décadas alcanzó protagonismo en la definición de mí crédito. Me encerró en el cuarto y me preguntó con tono acusador: ¿Y qué pasa, te da pena ser Grass?. No me dio tiempo para responderle, subrayó de inmediato la idea que quería imponerme: ¨ Digo, yo, porque Jorge Luis Sánchez es cualquiera, pero Sánchez Grass, eres sólo tú¨. Y esa misma tarde fue sepultado Jorge Luis para siempre.
En ese curso eterno, el maestro Aguilera González me hizo ver que tenía yo en mí contra varios elementos de los cuales llegamos a resumir dos como enemigos vitales: prevalecía y prevalece aún como aspecto esencial para los locutores por sobre todas las cosas tener una excelente voz sin importar tanto otros elementos que se obtienen con el paso del tiempo, a decir de los enchochecidos tribunales. Y en segundo lugar, ser locutor es también ponerle voz a lo que te ponen en frente, lo cual es difícil cuando tienes la posibilidad de generar con punto de vista propio el contenido que te imponen como lectura frente al micrófono.
Y como siempre, el maestro tenía la razón. Nunca entendí ni entenderé de qué puede servirle a una emisora una persona con voz de locutor y cerebro de mosquito, incapaz de generar temas y por ende imposibilitado de comunicar en el sentido más amplio de la palabra. De esta manera, la vida me obligó a dominar otras especialidades a las que dediqué casi todo mi tiempo, específicamente la escritura y la dirección, razones que siempre han podido más que yo mismo por circunstancias temperamentales que no se pueden excluir porque andan con uno.
Así desde las armas de la locución me convertí básicamente en un director que conduce y no en un conductor al que dirigen, lo cual me ha dado la oportunidad de estar desde los dos lados compartiendo con profesionales de primer nivel desde la sintonía y la realización.
De aquellas noches de apagón aprendí que lo mejor era amanecer con Radio Reloj y el Matutino leído por Pedro Luis Fernández Vila, Luis Alarcón Santana, Isabel Fernández o Argelia Pera, dándole su chance aunque sea un instante a Roberto Canela la Voz de la Noticia, como para por arte de magia refugiarnos en la suavidad y frescura de Martha Verónica Marcell en las mañanas de Progreso siguiendo el rumbo hasta que un tal René Batet nos enseñaba como se narra una novela de amor. El mediodía devolvía cada jornada a Franco Carbón que primero hacía SUPER JOVEN y horas más tarde ASI el sonido cultural de Rebelde, todo ello pasando por los noticiarios en la voz de César Arredondo, los tonos feriados de Eduardo Rosillo en ALEGRIAS DE SOBREMESA, la voz de NOCTURNO y el encaje de López Gómez en la presentación de ritmos.
En lo local también construí mi mapa. La CMKO ha tenido durante años un lujo que es hoy su propio descalabro. Grandes voces de la locución en plenitud de facultades que han alcanzado la longevidad y el retiro sin dejar relevo que medianamente se les parezca. Por eso durante décadas habrá que recordar la personalidad y el estilo de Enma García, la sobriedad de Néstor Salazar, el insuperable modo de animar de González Valero, la manera de narrar de Rafael Peña Santana (EPD), la versatilidad de Joaquín Mulén Ojeda, la frescura para colarse en el hogar de Alicia González Diéguez y la eterna manera de presentar la planta de Osvaldo Aguilera González. Otros nombres engrosarán la lista pero aún no tienen páginas en la historia.
Qué decirles a quienes ejercen o se inclinan por este oficio tan hermoso? Decirles que coman hojas de salvia por sobre todas las cosas, que aprendan a dominar su tono central si quieren hacer una carrera larga, que se preocupen por sonar en lo personal igual que en la bocina, que si van a fumar que sea tabaco, que sepan que por siempre serán mal remunerados, que siempre digan la verdad por encima de todo porque hay mucha gente creyéndoles lo que dicen y que traten de ser artistas y no locutores, porque al final cuando el micrófono se esté cerrando, sólo quedan los artistas, los artistas.
Muy buen artículo. Realmente es muy difícil que un verdadero holguinero no conozca los nombres que se mencionan y que constituyen el orgullo de nuestra provincia en materia de locución. Muy gratos recuerdos para los que estamos fuera del país y sentimos muy viva la añoranza