DIOS SE MUDA A OPORTO…
(Desde hoy es oficial el traspaso de Iker Casillas al Oporto de Portugal).
Mari Carmen como mujer experta de campo siempre fue buena zurcidora. Nunca vivió holgadamente. Su esposo José Luis no pasó de ser guardia cívil y el salario no les alcanzaba ni para llegar a fin de semana y mucho menos a fin de mes. Por eso nunca pudieron complacer al niño que tenían en casa. El pequeño varón de la soñaba con las camisetas de fútbol pero solo alcanzó a tener una que pronto fue agujereada por precisas reparaciones para mantenerla con vida. La camiseta lucía el escudo triangular de Bilbao y las inscripciones del Athletic. Ninguna marca comercial empañaba por entonces los esfuerzos del deporte. Lo mejor de cada deportista no era la marca a la que promocionaba sino su rendimiento. Corrían los años 80. El chaval conservaba la misma camiseta desde los 3 años, ya a manera de amuleto. Demás está decirle que ya no cabía en su cuerpo crecido, con extensiones de santo, que volaba como bailarín Ruso y atrapaba como receptor beísbolero de las grandes ligas norteamericanas. A los 9 años, cuando los mismísimos padres asumían con dignidad el bochorno de no haberle podido comprar más camisetas ocurrió el milagro. De golpe, el niño, ahora santo, firmó el único gran contrato de su vida, el que acaba de expirar, y que fuera rubricado hace 25 años. En 1991 se convirtió en miembro de número de la cantera del Real Madrid. Cuando le preguntaron su nombre, por cosa de puro trámite, el hijo de Mari Carmen y José Luis dijo con voz entrecortada: Iker Casillas, mi nombre es Iker Casillas.
Y desde ese día hasta hoy todo ha sido gloria. No ha faltado quienes han querido empañarla. Pero no importa. Todo ha sido gloria, nadie podrá superar la hazaña. Sobre todo, porque en los deportes hablan los numeros y no las apreciaciones subjetivas. El deporte no es el arte, donde un grupo de inspirados o entusiastas puede saborear la miel en la cumbre sin saber explicar cómo llegaron a la cima o sin poder sostener ni siquiera su logro alcanzado a fuerza de suerte o de feeling. En la historia del deporte no hay espacio para mediocres. No, en el deporte hablan las estadísticas, y no quiero abrumarlos, solo recordaré una: 16 títulos en 18 temporadas. Me basta. Imbatible. Nadie soporta ya tanto tiempo con los mismos colores, en días en los que el deporte depende de las redes sociales, los falsos hinchas, los débiles fans o lo que es peor, los manejos sucios de los ejecutivos o la corrupción de las organizaciones.
Hoy termina el reinado de Iker Casillas en el Real Madrid, el club en el que aunque en secreto todos quieren estar, aunque por momentos lo desprecien. La más grande maquinaria futbolera del mundo, con sus aciertos y sus equivocaciones, pero eso sí: la más grande. El único sitio del universo en el que aún perdiendo siempre se gana. Porque hay un brillo blanco, una luz blanca, que se destaca especialmente en el rostro de los santos, en el santoral de los elegidos, en el himno de los ganadores, en la realidad que acompaña el triunfo, en el sabor que tienen los instantes de gloria.
Y creánme, hace un cuarto de siglo, el sabor principal de todos estos sabores los ha garantizado el Chef de la portería que nunca consiguió camisetas ajenas porque Dios lo escogió para forjar la propia. Por siempre el número 1: Iker Casillas. Dios lo bendiga. Nos vemos ahora con el Oporto.