Papel blanco para mi culo negro.

David Dorn, el ex policía de San Luis, Missouri, nunca pensó que su muerte seria transmitida en directo por Facebook Live. Eran las 2 y 30 de la madrugada, todo debía estar en calma, pero sucedió todo lo contrario. Al menos 55 negocios locales eran vandalizados casi al unísono.

Las alarmas de seguridad de la casa de empeño para la que trabajaba Dorn, no demoraron en dispararse, motivando a la víctima a que se trasladase hasta el local. Los delincuentes no lo pensaron dos veces. Dispararon a matar. La bala fue directo al pecho del agente de seguridad, sin que mediase razonamiento alguno.

Se ofrecen 100 mil dólares de recompensa a quien proporcione información y las redes sociales mantienen disponible el video del brutal asesinato, pues Facebook cree que de este modo la gente pueda ganar conciencia o condenar el evento.

Dorn, tenía al morir 77 años. Había sido un gran capitán de policía. Ahora su familia deberá buscar consuelo en medio de lo inexplicable. ¿Cómo es posible que un hombre de la raza negra muera asesinado en el marco de las protestas por la muerte de otro ciudadano negro?. Pero el racismo camina por el mundo hacia destinos inescrutables. Justo cuando David Dorn se revolcaba sobre su propia sangre, un amigo me hizo recordar las atrocidades cometidas por un líder africano de finales del siglo XX y principios del XXI, autoproclamado como faro y guía de los ciudadanos sufridos de zimbabue: Robert Mugabe.


La estatura moral de Mugabe no deja espacio para regodeos. Fue un sátrapa. Máximo líder de su país hasta 2017. Dictador en jefe durante 37 largos años en los que ganó el título de “Presidente más longevo del mundo”. Como suele ocurrir con los caudillos, atornillados al poder hasta el último aliento, primero fue héroe, después fue tirano.

Mugabe ganó prestigio como ídolo de la independencia de Zimbabue hasta que su prepotencia logró empujar al país hacia una profunda crisis económica a inicios de los años 80, rompiendo récords de inflación y miseria, sin que el líder de antaño ni siquiera sintiera compasión por su pueblo. Muy por el contrario, la hambruna fue la alfombra roja perfecta para que el otrora héroe de Rodesia del Sur cometiera consecutivos fraudes electorales, reformas a la constitución para perpetuarse en el poder e incrementar de manera despiadada la persecución contra sus opositores.
Tanta gente murió por cualquiera de estas consecuencias, que la mayoría de los sobrevivientes, cuando eran encuestados por los observadores electorales de la Unión Africana, profesaban amor infinito al líder Mugabe.


La suerte del dictador, que odió y sintió desprecio,  por la gente que él mismo empobreció al máximo,  llegó a su fin en 2017. En noviembre de ese mismo año fue puesto bajo arresto domiciliario por el ejército en medio de un golpe de estado. 

Unos días antes, el astuto senil vio de cerca a la muerte cabalgando por las praderas africanas. Decidió destituir a su vicepresidente primero, para así preparar terreno, para que su esposa Grace se convirtiera en su sucesora.

9 días le bastaron al vice presidente destituido para organizar el golpe y hacerse con el poder. No obstante como viejo camaján e inmensamente rico, tras su derrocamiento gozó de inmunidad total y de una vida llena de lujos, hasta su muerte ocurrida en Singapur en 2019.

El mismo ex vicepresidente, en ese momento Presidente legítimo de Zimbabue, para muchos: astilla de su mismo palo, lamentó su muerte y lo declaró “Héroe Nacional”.


Pero Mugabe no ha regresado a mis recuerdos simplemente como malhechor o por haber sido un Robin Hood que terminó protagonizando el cuento al revés. Mugabe se asoma hoy por su definición literal, grotesca, despampanante y práctica sobre el racismo, que siendo él un hombre negro ayudó a profundizar en décadas de represión y dictadura. A Mugabe se le atribuye la siguiente definición: “El racismo nunca terminará, mientras los carros blancos sigan usando llantas negras. El racismo nunca terminará, si la gente aún usa negro para simbolizar la mala suerte y blanco para la paz. El racismo nunca terminará, si la gente aún viste de blanco para las bodas y de negro para los funerales. El racismo nunca terminará mientras esos que no pagan sus cuentas sigan siendo puestos en las listas negras y no en las listas blancas. Incluso cuando se juega billar, no se gana hasta que se mete la bola negra mientras la bola blanca permanece en la mesa. Pero no me importa, mientras aún siga usando papel blanco para limpiar mi culo negro, seré feliz”.

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