MARTI…

MARTI...

MARTI…Para conocer a José Martí, el Héroe Amado de América, hay que buscar un libro que parece simple y que conserva la grandeza de los grandes textos. Tiene en sus páginas el testimonio de gente muy sencilla y humilde, que ofreció su visión del apóstol, un hombre que tuvieron cerca sin que nadie les explicase lo que significaba como alma de la Revolución. Ese libro es “Martí a Flor de Labios”. Su autor es Froilán Escobar González, y brinda los testimonios de niños y adolescentes que conocieron a Martí cuando desembarcaba junto a otros patriotas, por Playita de Cajobabo.

“Martí a flor de labios”, es un trabajo que nos lleva a conocer a un hombre más común, más humano. Los protagonistas de estas historias revelan a un ser extremadamente sencillo y amante de la naturaleza. Cuenta el autor de este suceso prodigioso que para 1973 cuando inició su primer trabajo de rastreo quedaba gente en los mismos lugares por cuyos ojos había pasado José Martí “como un cometa maravilloso”.

Así es como encuentra a siete viejitos, que no olvidaban aquellos momentos, pero que en “muchos casos, se les había dormido y fue necesario tocar, más de una vez y de muchas maneras, a las puertas de su memoria”.

Surge de esta manera un método de trabajo. Primero el autor se relacionaba, se identificaba, motivaba, hablaba, les leía hasta que descubrían, al escuchar los pasajes del Diario, que Martí se había “acordado de ellos”, de su familia.

Luego el autor dejaba que contaran de un tirón, sin interrumpirlos, el bulto grande del recuerdo. Es así como los relato que conforman “Martí a Flor de Labios” responden a citas textuales del Diario.
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El autor confiesa no haberse interesado solo en lo qué decían los protagonistas de estas historias, sino que buscaba también cómo lo decían. De ahí que indagara de manera especial en el habla, en el modo de nombrar las cosas: arcaísmos, neologismos, redundancias, reiteraciones, giros sintácticos inusitados todos con sobreabundancia de sabiduría y poesía.
Martí era pequeño de cuerpo, delgado; tenía en su ser encarnado el movimiento; su talento era vario y grande, inteligente, tenaz; hombre notable y de condiciones excepcionales y poco comunes. Los que lo conocieron reconocían en él el desarrollo de una extraordinaria personalidad. Muy amable y cariñoso, siempre atento y dispuesto a sufrir por los demás. Enrique Collazo al recordarlo lo llama “hombre ardilla”, ya que quería andar tan de prisa como su pensamiento.

Salustino Leyva es el primero de los entrevistados en “ Martí a Flor de Labios”, él invita a todos los que quieran saber de Martí a “arrimarse”. Cuenta que cuando llegaron a su casa los expedicionarios él tenía once años y que el maestro “traía un pantalón y una camisa media oscura”. Recuerda que vestía como Gómez, con un chaquetón verdoso y pantalones prietos. “Era un hombrecito espigadito y cabezón que hablaba muy bonito; decía lindezas. Para aceptar lo que le daban siempre decía: “Bueno, si es gusto suyo”. No hablaba con mucha decoración de palabras. Yo entendía más bien que buscaba procurarse los silencios”. Sobre su manera de comportarse destaca que no se portaba desdeñoso con nadie; más bien buscaba comprender algún saber. “Era un hombrecito que a veces le costaba echar el habla”. “A los hombres yo los conozco por los ojos y la frente, pero los conozco por los hechos primeros. Aunque a Martí yo lo supe después, cuando ya había pasado por aquí”.

Una de las escenas más encantadoras era verlo escribir, organizando ideas y emociones, espectáculo que fue disfrutado por aquellos muchachos curiosos. El hijo de José Pineda, nos dice que se acercaba haciéndose el bobo para mirarlo escribir a la intemperie.

“Él dejaba correr la mano contra de un papel en el fondo del taburete, mientras se acomodaba, sentado, en cualquier palo. Mandaba noticias suyas de aquí, yo supongo. Rezongaba bajito lo que escrituraba, como si demandara comprobación de vocearla. (…) No mermaba en la tarea. Solo atinaba, algunas veces, a pararse quieto quieto, en un hilo, como esperando la inspiración de la palabra, o quién sabe si el tiento mismo de un paisaje que quería poner. (…) Lo cierto es que después soltaba el gesto configurando el dedo para arriba, campaneando, igualito que los mulos, que buscan el paso por el sonar del cencerro. (…) A Martí le pasaba: resoplaba un rumorcito dicho. Yo le oía el canturreo. Después seguía de largo sobre el papel hasta que volvía a parar y consultaba el relojito, que sacaba del bolsillo. Era así que él se regía”.

En las historias que se brindan, sobresale el marcado interés que tenía el apóstol por la naturaleza, por los lugares que recorría, por la manera de vivir y de hablar de los campesinos que conoce. “No se cansaba de la naturaleza. La iba aprendiendo” nos dice Francisco Pineda, “si el aire pasaba, él me preguntaba por el aire”. Carlos Martínez González recuerda que “aunque le dieran calentura amarillas, todo el monte era lindo” para Martí. No sentía pena en preguntar, sobre todo cómo ellos decían los nombres y para auxiliarse los escribía en una libretica. Lo que a otros le podría causar risa a él le causaba saber, esa manera de ser le ayudó a hacer muchos amigos y que estas personas le cogieran aprecio y cariño.
Mariana Pérez Moreira conoce a Martí cuando éste llega exhausto a casa de su tía Caridad.
Cuando Martí llegó a mi casa venía exprimiendo una caña” (…) “Era un hombre blanco, delgado, no alto, frentuito, con los ojos saltones de grande. Yo nada más hacía mirarle a los ojos”. Esta niña advirtió en este hombre una forma especial de mirar las cosas. “Martí miraba por la ventana. Hasta hoy me lo represento así, muy sereno su rostro, con ambas miradas de sus ojos haciendo conversación con lo lejos. Era como si recordara a alguien al mirar para adelante, como si compusiera las cosas con otros paisajes traídos de dentro”.

Uno de los pasajes más aleccionadores con que se pueda contar, lo brinda Alfredo Thaureaux Sebastián, el hijo del dueño del cafetal “La Lucerna”. Y es que en el fusilamiento de “cuatro o cinco majases”, el maestro apoyado por José Maceo insiste en hacerles un consejo de guerra antes de matarlos, para sus muertes que tuviesen importancia, un sentido y hasta una utilidad para la causa revolucionaria. El apóstol “hizo la defensa pero, figúrate. Él sabía que había que matarlos. Los condenan a muerte, y cuando los condenan a muerte, Martí hace uso otra vez de la palabra y le dice a la gente que allí morían cuatro cubanos para dar el ejemplo de cómo había que hacer la guerra y cómo había que vivir en Cuba: con honradez”. De este modo resultaba que morían “para dar el ejemplo”.

Fue en la casa de Rafael Pacheco que el niño Toñe conoció al Apóstol. Sobre su carácter destaca que: “era una bendición. La gente se sinceraba con él enseguida de conocerlo, porque lo mismo escuchaba al chiquito que escuchaba al grande. Se le veía contento de tratar a cualquiera que llegaba, aunque a veces se demostraba extraño. Como era de mucho pensar, tenía sus momentos, sus barruntos. Entonces se paseaba en un silencio, sin las conversaciones habituales de él. Yo lo presencié también así, como si lo azotara de pronto una frialdad y se recogiera para adentro”.

161 años después de aquel Enero sin sol en la Calle de Paula, Martí es un misterio enorme que se ciñe sobre Cuba. Sigue siendo el gran culpable de todos los orgullos que nos circundan. Es desde la espesura de su bigote tupidísimo un enigma por descifrar. Una existencia poética puesta a prueba del tiempo y los versos. Hoy nadie lo duda, el poema mayor y más completo de la poesía cubana es el “Diario de Campaña” escrito por José Martí en los días de “ Martí a Flor de Labios”, un testimonio que debe estar en casa de cada cubano.

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